Mujica y la Trascendencia.

Pepe Mujica en Guayaquil: en búsqueda de trascendencia.

A Pepe Mujica es difícil no admirar como ser humano, porque si la sencillez es la virtud de la infancia, la integridad es la virtud de la madurez.

He puesto en twitter algunas de sus frases:
-       "Soy un desagradecido, tendría que creer en Dios. Porque he pasado tantas luces y sombras y estoy al borde de los 80 años"
-       "Para que todos los sueños sean posibles, necesitamos gobernarnos a nosotros mismos, o sucumbiremos. Este es nuestro dilema"
-       "La tolerancia no se requiere para iguales, es el fundamento de poder convivir en paz entendiendo que en el mundo somos diferentes".

Al recibir el collar al mérito en Guayaquil, Ecuador ha confesado que tiene un fuego interior que es el reto que siente ante la injusticia social. Que el hombre es un ser gregario que vive en familia y que eso está en su “disco duro”, lo dijo tocándose el pecho y citando a Aristóteles.

Citó lo que a su juicio son las grandes contradicciones de esta civilización:
-       Más conocimiento, más tecnología, más recursos. Entre esos recursos, hay alimentos, de los que el 30% se tira y no va ni a los perros, peor a la gente.
-       Cada minuto se gastan $2 millones  en presupuesto militar; no es cierto que no hay recursos para mejorar la situación de vida de tanta gente excluida.

Pepe Mujica dio un argumento de mercado: agrandar la demanda, con la incorporación de los pobres, a través de un gigantesco Plan Marshall. También planteó un argumento “Robin Hood”: meterle la mano en el bolsillo a los que pueden (en esta parte hubo un “bravo” en la sala). Hay que estar con la mayoría, dijo.

Habló de la necesidad de darle un sentido a la vida a riesgo de quedar atrapado por el consumo de no hacerlo, lo que me recordó  a Víctor Frankl con su libro “El hombre en busca de sentido” y al psiquiatra Enrique Rojas con su obra “El hombre light”.

Hizo una precisión: nos han engañado al hacernos creer que esta vida es un valle de lágrimas y que en esta tierra se encuentra la felicidad o la condenación. Me queda la duda de que al expresar lo anterior,  proyectó una idea: no hay otra vida, no hay trascendencia, les engañan con falsos consuelos, yo le diría que el cristiano debe amar al mundo apasionadamente, porque tenemos ese encargo señalado en el Génesis y también, amar al prójimo, como a uno mismo.

Citó a Dios y noté en sus palabras la misma preocupación, el compromiso y la esperanza del Papa Francisco.
No hay receta para la felicidad, dijo; está en la conciencia. Recordé que la conciencia es ese santuario donde el hombre discierne el bien del mal.

Animó al compromiso y recordó que lo imposible cuesta un poco más y que derrotados son los que bajan los brazos.
El hombre está hecho (¿quiso decir creado?) para empezar y volver a empezar.
La vida es antes que nada dar,… siempre tienes algo que dar a los demás.
Para ser felices necesitamos de los otros, dijo. Eso nos abre a la fraternidad.
No está contra el mercado (propuso un nuevo y gran plan Marshall), pero advirtió que no hay que dejarse esclavizar por el mismo. Eso se llama sobriedad y templanza.

Expresó una esperanza: que América Latina sea un continente de justicia, sin odio y sin venganza, que dignifique la existencia del hombre. Hizo un llamado a cuidar lo portentoso de la creación.

Señaló que hay otras cosas a más de la juventud: la irreverencia de mirarse en el espejo y comprometerse con la realidad. Solo existen dos clases de hombres los que se comprometen y los que no se comprometen.

Reconoció que todavía no puede creer en el más allá ni en Dios. Respeto a las religiones dijo,  porque  en tantos hospitales las he visto ayudar al bien morir y, me han hecho pensar que no hay bicho más utópico que el hombre y que algún día seré menos que polvo.

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